13, septiembre, 2016
Vértigo, da vértigo. Da vértigo curarse y da vértigo continuar enferma, y es en ese límite donde me mantengo arrimada a la terapia con la esperanza de que el precipicio hacia la curación disminuya o bien que mi sufrimiento pueda más que mi miedo. Mientras, sigo en mi celda. Una celda de barrotes recién pintados y restaurados con mi última recaída. Fui demasiado soberbia pensando que yo sabía más, que yo sola podía y que al fin y al cabo ayunar no era tan malo.
Paso el tiempo entre crucigramas de culpabilidades y margaritas deshojadas con un como o no como, con mi fiel guardián que hace turnos interminables para revisar cualquier plato de comida.
Hoy es viernes, bueno jueves casi viernes, es la una de la madrugada y sigo despierta, haciendo balance del día. Un día de batallas ganadas y batallas perdida. Logré comer al mediodía pero no pasé de los líquidos a la hora de la cena. Esperanza aún queda, la guerra no ha terminado.
Mañana continuaré mi marcha hacia la victoria, aunque no la vea clara, me han ordenado dirigirme a romper mi ayuno de los viernes. Me sentiré sucia, me sentiré mal, me sentiré culpable, intentaré compensar, pero la batalla de mañana la ganaré, la ganaré a pesar de no querer lucharla y ni tan siquiera creer en ella. Es viernes. Es duro. Es angustiante. Es un pulso conmigo misma. Detrás de cada plato, detrás de cada bocado, detrás de cada mordisco se esconden discursos de no puedo, de me siento sucia, de me siento mal, de no debería comer, de estoy mejor cuando no como, y de mil otros argumentos de este partido político “ayuno forever”. Y eso que yo nunca creí en la política…
Testimonio de paciente con TCA, trastorno de la conducta alimentaria
SETCA
