A menudo, con la enfermedad, perdemos también todo aquello que tanto deseamos. Abandonamos o tenemos que abandonar muchas cosas que nos hacen realmente felices. Ella se apodera de nosotros y nos aisla de lo que realmente nos importa. De lo que nos apasiona. Hace apenas unos meses A. regresó a bailar. Se pudo poner de nuevo sus zapatillas de ballet y volvió a bailar cómo nunca antes lo había hecho. A. escribió cuando volvió: “¿Cómo narices lo había hecho? ¿Cómo lo había conseguido? Muy fácil. Y es que realmente no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. La danza había actuado sobre mí cual medicina. Me ayudó a salir de mi ombligo, a ver que en la vida hay mucho más que mi cuerpo y yo. La pobre se había visto obligada a formar parte de mi enfermedad, y poco a poco se fue volviendo patológica. Hasta ahora. Ahora la danza es pasión, es disfrute, es VIDA.” No hay duda de que igual que nos aislamos existe una forma de regresar. De regresar aquí y ahora, con todo lo aprendido en la mochila, y sabiendo valorar la vida todavía un poquito más. ¿Dónde quieres volver? ¿A dónde quieres regresar cuando tú vuelvas?