Para mí, el proceso de mi TCA ha sido muchas cosas: sentimientos, experiencias, recuerdos, valores, errores… esencialmente, muchos aprendizajes que – si bien a veces preferiría no haber tenido que aprender – en realidad agradezco la fuerza que me han aportado.
Ahora miro con perspectiva el agujero oscuro en el que se escondía esa niña que se maltrataba y se dejaba en último lugar, y siento pena por ella, igual que por todas las personas que han pasado o están pasando por lo mismo. Muchas veces veo su mente enferma reflejada en mis compañeras de tratamiento, y lo que me hace sentir es impotencia. Me da rabia que haya personas que tienen que pasar por una enfermedad tan jodida, me da rabia que la vocecita de su cabeza las engañe como hacía conmigo y que sea tan difícil de creer que existe una vida fuera del pozo, sin miedo, sin sobre exigencia, sin autocastigos. Me da rabia que sea tan difícil empezar a ver una salida y que sea tan difícil llegar a ella. Si hubiera podido ver antes lo que había al otro lado de la enfermedad, no hubiera dudado ni un momento en lanzarme al tratamiento.
Pero en ese momento yo no creía en la vida. Incluso cuando empecé a recuperarme, no creía que llegaría un punto en el que sintiera tranquilidad o en el que pudiera ser feliz. Pensaba que la anorexia estaría en mi sombra para siempre, siempre recordándome lo insignificante y débil que era, lo pequeña que era si no la tenía a ella. Ahora solo veo lo pequeña que me hacía la enfermedad. Y si pudiera, iría a hablar con esa niña y le enseñaría un avance de la vida que le espera si decide creer en la salud. La intentaría hacer entrar en razón con todos los medios posibles, pero sobre todo la abrazaría y le diría que puede con esto. Que es de las personas más fuertes que conozco. Y agradezco mil veces a las personas que me lo repetían constantemente, intentando poco a poco que me lo creyera, aunque yo me negara rotundamente a escuchar. Agradezco a mis padres por haberse dado cuenta y haberme ayudado aunque yo no quisiera. Al equipo terapéutico de SETCA por haberme forzado a salir del mundo en el que solo veía cuerpo y comida y por haberme señalado lo de detrás de esa pared. A todas mis compañeras por todos los momentos que hemos pasado juntas: momentos difíciles, muy duros y en los que nos hemos apoyado muchísimo entre todas, pero también momentos felices, momentos de risas cuando todo parecía oscuro como un recordatorio de aquello a lo que queríamos llegar, de logros llenos de orgullo, de disfrutar de las cosas más pequeñas… momentos de compartir sin los que no habría podido salir del pozo.
Y aunque mi tiempo en hospital de día haya sido de las épocas más duras que he vivido, también ha sido de las más bonitas. Ha significado florecer y ver cómo las demás también lo hacen alrededor. Y sentir tantísimo orgullo por ellas que hubiera sido imposible no admirarlas. Para después mirarme a mí y verme también con orgullo, y ver mi belleza en todos los aspectos.
Para mí, etapa 3 es eso. Es verme, tenerme y comprometerme a no volver a abandonarme. A tratarme como me merezco, cuidarme y quererme como nadie. Es perdonarme y perdonar a esa niña que no tenía la culpa de lo que le pasaba.
Ella que lloraba por la comida, y yo que lloro por ella y por todo por lo que era incapaz de llorar. Por todo lo que la hería desde dentro y era incapaz de ver a través de su propia coraza. Y esas lágrimas son las que me hacen prometerme que no permitiré que ni ella ni yo sufriremos ese daño otra vez, y que pase lo que pase, lo lucharé todo lo que haga falta.
Ahora sé que me puedo enfrentar a todo lo que me venga, que tengo todo lo que necesito para ello. Tengo a gente maravillosa a mi alrededor, tengo recursos que sé usar, tengo nuevas capacidades… Pero por encima de todo me tengo a mí. Y no me volveré a fallar.