30, noviembre, 2018
Escrito de pacientes en tratamiento de hospital de día para el Día Internacional de la lucha contra los TCA.
Encontrar ese punto en el que te empiezas a sentir tan a gusto. Ver que la estás tocando ya con la punta de los dedos. Esta calma, esta serenidad. El incalculable precio de la tranquilidad. Que los días vuelvan a dejarte respirar, y que si no te lo permiten, tú encuentres un espacio igualmente. Para ti. Para estar a solas contigo misma, por la intimidad más preciada. Conócete de la manera que lo estás haciendo, aceptarte, y ver tan adentro.
Darte cuenta de cuales son tus puntos fuertes y adorarlos. Adorar la energía que desprendes, las ganas de vivir que no se apaga, la pasión que se mezcla con cada acto que haces y que se contagia, transmitir alegría y una curiosidad difícil de aburrirse. Ver cuáles son tus puntos débiles, de donde cojeas, y aceptarlo. Aceptarlo y mirarte, y decidir con calma y paciencia si los quieres modificar o si decides vivir sabiendo que forman parte de ti y terminarlos admirando tanto o más que los puntos fuertes. Aceptar el miedo a la soledad, la velocidad que eres capaz de coger si no tienes un freno a mano, la reticencia a levantar la mano y decir, yo aquí me bajo. La pasión que muchas veces te traiciona y te hace precipitarte, este impulso que puede llegar a empañar tus decisiones.
Sin embargo, saber que tú eliges. Que tienes la capacidad de enfrentarte al miedo de estar sola y sacar valentía para llenar tus propios vacíos. Cuando ya sabes donde tienes el freno de mano y como se activa, y tienes suficiente boyas a tu alrededor como para descansar cuando las olas vienen de cara. Cuando la pasión se vuelve controlable y puedes escoger si dejarte llevar por la cabeza o por corazón, pero siempre, eligiendo tú por ti misma y sabiendo que las consecuencias volverán a ser.
Desarrollar la capacidad de verlas a venir y aprender a cuidarte. Saber cuando se acerca un momento difícil y saber cómo protegerte. Comunicarte, rodearte de valor y de valentía, de tu y los que te rodean. Ir separando a las personas que tienes alrededor para quedarte cerca de aquellas que sabes que no dejarán de brillar, pero a la vez no alejarte de nadie y no cerrar la puerta a lo desconocido, siempre tendremos espacio para aprender un poco más, aceptar y tolerar.
Respetarte y definir tu límite. La gracia de definirlo, es no sobrepasarlo. Saber lo que quieres y lo que no quieres, con las implicaciones que comporte, con las piedras que tengas que ir apartando del camino por mucho que pesen o por mucho tiempo que haga que están. Evitar ponerte en un terreno pantanoso, donde las raíces puedan impedir que sigas haciendo el camino que buscabas desde un inicio. Descubrirte, y que este descubrimiento tan bello, no acabe. Poder parar, y verlo desde fuera, desde el exterior, admirarlo y admirarte por tener la valentía de no frenarlo y aceptar que el final está a años luz de aquí y que al fin y al cabo, el más excitante es no divisar la línea del infinito.
Mirarte por fuera, delante del espejo, enfrentarte a él y a aquella silueta en la que muchas veces nos cuesta poner alma o ni siquiera nos llegamos a reconocer. Y haber perdido el control de las referencias del pasado, que por suerte, cada vez son más borrosas. Ver que te has llegado a querer de todas las maneras de las que te has mirado, ayer, antes de ayer y hace dos meses y tener la tranquilidad de que mañana, cuando te vuelvas a mirar, encontrarás un motivo para amarte.
Y es que esto, sólo lo puedes hacer cuando has pasado por un proceso como este. Ni siquiera creo que una persona corriente, llegue a conseguir tener la conciencia de la implicación de cada una de sus decisiones, de cada una de sus palabras y del efecto de sus actos en un día corriente, un día como hoy.