Hace apenas unos días el País sacaba en portada un artículo de Patricia Gosálvez titulado que “España, en terapia.” La anorexia nerviosa tiene una fuerte presencia en el mencionado artículo, pues representa una de las siete sintomatologías que más se ha disparado tras la pandemia. El psiquiatra Luis Rojo, jefe de la unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital la Fe de Valencia, narra una historia anónima, pero poniendo puntos sobre las íes. Los nuevos casos no dejan de aumentar. Se convierten en nuevos ingresos y largas listas de espera. El número de recaídas es incuantificable. Niñas de hasta nueve años diagnosticadas con una anorexia nerviosa severa. Así, L. Rojo explica como el malestar generado por la pandemia fue un caldo de cultivo. Las condiciones amenazantes de una situación que nunca habíamos vivido se tradujeron en estrés. A ello se añadió la pérdida de vínculos sociales, la limitación del ocio y el aumento de la ociosidad, la intensificación de la vida familiar, con sus pros y sus contras, el estrés de los padres. Señala que hubo algo así como una ocasión para pensar, ¿qué puedo hacer para no echarme a perder? Y con ello, muchas personas empezaron a cuidar lo que comían y a hacer ejercicio, lo que sirvió como vía de entrada para algunas personas al desarrollo de un tca. Quizás frente a todo esto nos toca mirar si hubo algo de positivo. Juan Luis Mendívil, psiquiatra, subraya en el artículo que sí, que hay una parte positiva en que tanta gente haya hecho crac, que la pandemia ha visibilizado un problema de salud mental que ya estaba ahí, rebajando el tabú que existía a su alrededor. En este sentido, y en palabras de Juan Antequera, la crisis nos ha permitido quitarnos el filtro de Instagram, ya no da tanta vergüenza salir del armario emocional. Eso sí, tocará ver cuánto tiempo tardamos en olvidarlo.
Ilustración: Enrique Flores.